En cualquier grupo humano (familia, escuela, centro de trabajo, círculo de amistades), como microcosmos sociales, se reproducen todos los niveles de conflictos y violencias presentes en la sociedad, por lo que en nuestra forma de afrontar los conflictos tenemos dos grandes opciones: las justificaciones a favor de resolverlos de manera violenta y competitiva o, por el contrario, el convencimiento (aprehendido a través de la práctica) de que la mejor opción es su gestión pacífica y cooperativa.

Vivimos en una sociedad competitiva, que genera dinámicas y relaciones basadas en la idea de que unos han de perder para que otros ganen. Ante un conflicto, es poco habitual que la respuesta automática sea la cooperación, porque no tenemos práctica. Las más habituales son: ceder para que el otro consiga sus objetivos o competir para tratar de conseguir los míos antes que el otro. Estos dos tipos de comportamiento provocan que, al menos, una de las partes pierda y no consiga lo que pretende.


La idea de que competir es positivo es una falsa creencia que se utiliza para justificar determinadas prácticas sociales, culturales y económicas generadoras de desigualdad.


El conflicto nos invita a salir de la lógica del enemigo, nos hace capaces de elegir sin dominar a las demás, nos permite entender que somos construcción permanente y que cada día podemos ser otros nuevos, constructores de un mundo diferente y mejor. Por eso, los conflictos deben ser entendidos como una oportunidad pedagógica para aprender Cultura de paz.

Establecer relaciones teniendo en cuenta los conflictos como una oportunidad, humaniza el proceso de enseñanza aprendizaje en el que estamos inmersos a lo largo de toda la vida. Convierte a cualquier grupo humano en un lugar de encuentro consciente, en el que las relaciones interpersonales y la relación de individuo y grupo con su contexto social y natural pasan a ser el hilo conductor de dicho proceso.

¡No existe nada que se pueda aprender compitiendo que no se pueda aprender cooperando!

El tipo de emociones, ideas, actitudes y conductas que promueven el ‘competir’ y el ‘cooperar’ son diametralmente opuestas. La solidaridad, la equidad, la justicia, la realización de las necesidades de todas las personas en el grupo, el conocimiento mutuo o la afectividad son valores y conductas asociadas a la cooperación.

Por eso, la cooperación:

  1. Mejora la autoestima.
  2. Mejora la capacidad de comprensión y respeto mutuo.
  3. Desarrolla las habilidades de la enseñanza.
  4. Aumenta la cohesión social.
  5. Reduce el riesgo al fracas.
  6. Acelera el desarrollo intelectual.

Estos párrafos están escritos (copiados, adaptados) a partir de la lectura y puesta en práctica de teoría y metodología de textos de autores como Juan Carlos Torrego, Marshall Rosenberg, Paco Gascón, del Programa de Formación Acción para la Paz editado por MPDL, y otros textos.