Mónica Ruiz López ha finalizado el itinerario formativo ‘Agentes de Mediación Intercultural’ y nos habla del proceso migratorio, al que define como ‘una experiencia única y compleja que genera una gama de emociones en las personas que lo llevan a cabo’. A lo largo de este texto nos invita a reconocer y respetar la diversidad de experiencias y emociones que acompañan a este proceso y, sobre todo, a que participar en la creación de sociedades más inclusivas y acogedoras para quienes deciden buscar una vida mejor.
Algunas personas experimentan una sensación de liberación al dejar atrás un entorno hostil o limitante. Pueden sentirse emocionados por las nuevas oportunidades en un nuevo país donde poder reinventarse y perseguir sus sueños con mayor libertad. El proceso de migración puede representar una oportunidad de crecer, aprender y mejorar su calidad de vida, lo que puede generar un sentimiento de empoderamiento y mejora personal.
Pero el proceso migratorio también puede ser muy estresante y desgarrador, dejar atrás a seres queridos, amigos y todo su entorno, genera sentimientos de pérdida, soledad y nostalgia, la incertidumbre sobre el futuro, los desafíos de adaptarse a una nueva cultura y la barrera del idioma, puede generar angustia.
Además, las personas que migran , a menudo se enfrentan a la discriminación, xenofobia y dificultades para integrarse en la sociedad de acogida, La falta de apoyo social, la precariedad laboral y barreras legales pueden hacer que el proceso migratorio sea aún más difícil y traumático para quienes lo experimentan.
Cada individua vive el proceso de forma única y personal, es importante reconocer y respetar la diversidad de experiencias y emociones que acompañan a la migración, y trabajar juntos para crear sociedades más inclusivas y acogedoras para quienes deciden buscar una vida mejor.
Al llegar al país de destino, el migrante se encuentra con una situación diferente a la que se había imaginado, vivir en una situación irregular en España supone enfrentarse a una serie de dificultades y limitaciones en varios aspectos de la vida diaria. Algunas consecuencias pueden incluir:
-Limitaciones en el acceso a servicios básicos como la sanidad, educación o vivienda, lo que afecta a su calidad de vida.
-Vulnerabilidad frente a la explotación laboral.
-Riesgo de deportación, lo que crea inseguridad y miedo constante.
-Dificultades para establecer relaciones sociales.
A esto le sumamos que el colectivo de mujeres inmigrantes se enfrenta además del mercado laboral, a los problemas económicos, sociales y culturales de la sociedad que las recibe. Estas mujeres suelen ocupar trabajos sin cualificación, con condiciones precarias, retribuciones inferiores a otros grupos y poco compatibles con la vida familiar, empleos sumergidos sin derechos laborales. Según el Instituto Nacional de Estadística, casi la mitad de las mujeres extranjeras ocupan puestos de trabajo sin cualificación y en sectores como hostelería o trabajos domésticos y cuidados de personas.
La situación laboral de las mujeres inmigrantes tiene poca visibilidad ante el resto de la ciudadanía porque en la mayoría de los casos trabajan en la economía sumergida. Así podemos ver como, a nuestro alrededor, muchas mujeres cuya profesión en su país de origen era de estudios superiores, al llegar a España se han visto obligadas a ejercer otro tipo de profesiones que aún siendo igual de dignas e importantes, no están bien remuneradas ni reconocidas socialmente.